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Trump-Biden II en el horizonte

Primarias 2024
Foto: Flickr / Montaje: ESCI-UPF

Pelayo Corella, profesor de Análisis de los hechos económicos y políticos internacionales en el GNMI, habla del panorama que se dibuja con el inicio de las primarias en EUU y qué dan pistas sobre cómo puede ser el asalto a la Casa Blanca (en sentido figurado) del próximo mes de noviembre.

La semana pasada, en Iowa, se dio el pistoletazo de salida de las primarias de republicanos y demócratas para definir el ticket electoral en las elecciones presidenciales estadounidenses del próximo 5 de noviembre. El resultado de las mismas marcarán el destino de la primera potencia mundial y, de rebote, condicionará, y mucho, lo que política, económica y socialmente pueda pasar en el resto del mundo.

Los años de Biden, a pesar del contexto geopolítico ciertamente convulso, han marcado un punto de calma en la gobernanza del gigante americano. El mandato trumpiano dinamitó muchos puentes. Demasiados. Hasta el punto de despedirse con imágenes que pasarán a la historia de la ignominia: el asalto al Congreso por parte de sus seguidores, que no aceptaban su derrota electoral.

Por si había alguna duda, quedó meridianamente claro que Trump no acepta más regla que la que le pueda beneficiar. Ególatra superlativo, no hay que negarle méritos: ha sabido transmitir a una parte del país un discurso que ha calado hondo y que, pase lo que pase, influenciará a los que vengan por detrás, sean estos demócratas o republicanos.

De hecho, Biden es rehén o heredero de muchas de sus políticas. Trump puso en la diana a China, reconfiguró el mapa de alianzas en Oriente Medio (que Hamás, con su terrorífico asalto del 7 de octubre pasado, no ha conseguido, hasta la fecha, alterar), alertó de la necesidad de endurecer las políticas migratorias y alentó un proteccionismo aún no revertido.

Lo curioso y paradigmático es la popularidad de la que sigue gozando. A pesar de sus deslices y provocaciones, de su lenguaje soez y de un estilo rayano en el matonismo político, o precisamente por todo ello, Trump ha mantenido incólume un fervor en una parte del país que ha condicionado al Partido Republicano. Todo hacía presagiar que el asalto al Congreso fue un punto de no retorno, que su imagen sería irrecuperable, pero cual ave fénix, ha resurgido y, hoy por hoy, es favorito para las elecciones de noviembre. Casi todas las encuestas le dan cierta ventaja en buena parte de los estados en los que se jugará la elección: Pensilvania, Georgia, Wisconsin, Míchigan, Nevada y Arizona.

Biden, que ha hecho una política aceptable desde una óptica estadounidense (no así desde la lógica europea, pues algunas de sus leyes pueden incentivar una creciente huida de capitales y desindustrializar a una renqueante UE), no gusta a una parte sustancial de los estadounidenses.

Sea como fuere, los demócratas solamente tienen una opción de conseguir la reelección: repetir el duelo de 2020. Un Trump-Biden II podría ayudar a polarizar el voto y que muchos votantes independientes y republicanos moderados optaran por Biden o, en el caso de los segundos, quedarse en casa.

Todo lo que no sea ese escenario, complica el panorama a los demócratas. Clama al cielo la falta de liderazgo en ese partido: que no exista nadie de garantías para substituir a una persona de 82 años, es un caso digno de estudio.

En el otro lado, el panorama es igualmente desolador. Todos los que plantaron cara a Trump han sido laminados, el partido ha sido secuestrado por las huestes trumpistas, con la radicalización consiguiente en el partido, en el Congreso y, en última instancia, en la sociedad. Las dificultades para consolidar un liderazgo representativo de lo que hoy es el Partido Republicano en la Cámara de representantes lo dice todo. Hay mil facciones y un único hecho común: a Trump no se le puede discutir nada. Diga lo que diga. Haga lo que haga.

Hasta líderes estatales de relumbrón como el gobernador de Florida Ron DeSantis han caído en desgracia. Solamente Nikki Haley aguanta el tipo, y aunque ha sido doblemente derrotada en Iowa y esta misma semana en New Hampshire, sigue abanderando una renovación en el seno del partido. Contará con el apoyo de grupos como el proyecto Lincoln, pero no lo tendrá fácil.

En las primarias republicanas, que se han convertido en un mano a mano entre Trump y la ya citada Haley, todos aquellos que fueron vilipendiados en su día por Trump han mostrado ahora su apoyo al gran líder: por miedo o por asegurarse un papel en el futuro, el caso es que la antaño gobernadora de Carolina del Sur y embajadora de EEUU en la ONU espera un milagro.

Su carrera pasa por aguantar el tipo, que el nerviosismo cunda en las filas trumpistas y que las encuestas, según avancen las primarias, reflejen lo que hoy es una convicción general: que si fuese ella la elegida, Biden lo tendría muy crudo para ganar.

Hete aquí la paradoja para los demócratas. Biden necesita a Trump para compactar sus filas (últimamente los jóvenes y las minorías le están dejando en la estacada). Hoy, la reedición del duelo de hace 4 años, es la única opción que tiene Biden para asegurarse una victoria que se le escapa de las manos. Sus exégetas y asesores lo dicen alto y claro. De reeditarse ese mano a mano, apelarán a que EEUU está, de nuevo, en una encrucijada: la de la supervivencia de la democracia en América (y razón, seguramente, no les falta). Funcionó en el pasado. Este otoño, no está tan claro.

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