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El suelo, otro gran damnificado por el cambio climático

El suelo, otro gran damnificado por el cambio climático
Foto: Pixabay (Peter H)

Cómo nos alimentamos, vestimos o extraemos recursos de la naturaleza modifica el clima terrestre, impactando en el suelo, el recurso fundamental que sostiene la vida. Este es un problema que afecta al sustento y bienestar humano, incluido el suministro de alimentos y de agua dulce, además de la biodiversidad.

Los efectos del cambio climático se intensifican y sus consecuencias se reflejan en el suelo.

Según los científicos, la degradación del suelo y el cambio climático están íntimamente relacionados. La tierra funciona como una barrera natural que impide que el CO2 llegue a la atmósfera, pero, cuando está erosionada pierde su capacidad para absorber CO2 y, además, se vuelve menos productiva. Con las emisiones de gases de efecto invernadero que no pueden ser evitadas, los efectos del cambio climático como las sequías o los fenómenos meteorológicos extremos se intensifican y sus consecuencias se reflejan, a su vez, en el suelo.

Hoy en día, aproximadamente el 72% del suelo libre de hielo es utilizado por las personas para alimentarse, vestirse y mantener las progresivas demandas de una población mundial en crecimiento. Así lo indica el Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) en su informe especial sobre el cambio climático y la tierra. Esta intensa actividad humana y las variaciones climáticas están ocasionando que la tierra deje de absorber emisiones de CO2 para convertirse, por el contrario, en generador de las mismas. Concretamente, contribuyendo con un 23% de las emisiones que calientan la atmósfera.

La pobreza, la inestabilidad política, el sobrepastoreo, las malas prácticas de riego o la deforestación para nuevos usos con fines ganaderos, agrícolas, actividades industriales o para construcción de infraestructuras, afectan negativamente a la productividad del suelo y provocan la degradación de la tierra en las zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas, es decir, la desertificación. Estos ecosistemas de zonas secas cubren un tercio de la superficie del planeta y son especialmente vulnerables a la sobreexplotación y el uso inadecuado de la tierra, según los expertos.

Por ello, el IPCC exige evitar su degradación y desertificación, una tendencia con especial impacto en países como España por sus condiciones geográficas y climatológicas . Y es que la desertificación es ya una amenaza para una parte significativa del territorio español. A los factores tradicionales como los incendios, la erosión o la salinización, se añaden los efectos relacionados con el cambio climático cuya proyección apunta hacia una creciente aridez y un aumento de las temperaturas, es decir, unas condiciones más favorables a los procesos de desertificación. También se espera un aumento en el riesgo de ocurrencia de los incendios forestales, otro de los elementos que afecta a la desertificación.

El IPCC promueve dietas basadas en “alimentos de origen vegetal, como cereales secundarios, legumbres, frutas y verduras”.

En este escenario, el IPCC pide apostar por una gestión sostenible del suelo, a partir de la innovación en los negocios, la producción y las políticas públicas para garantizar la seguridad alimentaria. Ésta, sostienen, es una necesidad tanto ambiental como económica, debido a que el rendimiento de los cultivos está disminuyendo por el cambio climático, haciendo que algunos alimentos sean cada vez más caros como, por ejemplo, los cereales, que aumentarán su precio hasta un 29% para 2050.

Además, los expertos advierten de que los cambios en los hábitos de consumo serán necesarios proteger a los bosques y la tierra, y proponen la difusión de dietas basadas en “alimentos de origen vegetal, como cereales secundarios, legumbres, frutas y verduras” y la compra de productos de origen animal “producidos de manera sostenible, en sistemas con bajas emisiones de gases de efecto invernadero”.

Finalmente, los científicos insisten en la necesidad de conservar los bosques, que capturan emisiones de CO2 y, entre otros servicios ecosistémicos, contribuyen a la formación de suelos compactos y ricos en nutrientes. Por ello, plantean “reforzar los derechos de propiedad de la tierra indígena” como una estrategia de mitigación del cambio climático por el valioso conocimiento acerca de prácticas agrícolas sostenibles que estas comunidades han desarrollado durante miles de años.

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