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Irlanda del Norte, un escollo para el Brexit

El backstop es el problema que puede dinamitar la salida de la Gran Bretaña de la UE

Foto: Shutterstock

Tras el Brexit, ese particular y novedoso acrónimo por todos conocido, la otra palabra que está dando de qué hablar es backstop, la cláusula de salvaguarda por la que Irlanda del Norte (y con ella, el Reino Unido) se mantendrán en el mercado único mientras no exista una alternativa real.

Las razones son de sobra conocidas. La salida del Reino Unido de la UE planteaba un dilema con la frontera entre las dos Irlandas: la República de Irlanda (país miembro de la UE) e Irlanda del Norte o Ulster, que seguiría perteneciendo al Reino Unido. Si tras el Brexit, Londres y Bruselas no se pusieran de acuerdo en qué relación futura tener (libre comercio, unión aduanera, mercado único, etc.), el acuerdo actual prevé el backstop, también conocido como cláusula de salvaguarda, que evitaría que en medio de la isla reapareciera una frontera que costó literalmente miles de muertos y ríos de sangre.

Y es que la isla irlandesa ha vivido a lo largo del siglo XX una fuerte tensión entre británicos e irlandeses que durante años desembocó en algo más que un conflicto civil. Para entender de qué hablamos, hay que remontarse un siglo atrás. En plena I Guerra Mundial, los irlandeses, que entonces pertenecían al Reino Unido, se alzaron en contra de la presencia británica. Ello provocó una dura y enérgica reacción por parte de los británicos.

Finalizada la Gran Guerra, y con el advenimiento de nuevos países en el panorama europeo, como Checoslovaquia o Yugoslavia, los irlandeses apostaron fuerte por lograr la independencia. Para ello se creó el IRA (Irish Republican Army), al frente del cual se situó Michael Collins. Los enfrentamientos y escaramuzas provocaron centenares de muertos y al final, una delegación irlandesa negoció con el Gobierno de Londres un acuerdo que preveía la partición de la isla. Esa partición tuvo consecuencias en el bando irlandés, pues estos se dividieron entre los maximalistas de Éamon de Valera y los realistas de Michael Collins, que acabó muriendo a manos de sus antaño compañeros de fatigas acusado de traicionar los principios del movimiento irredentista. El líder del IRA, acusado por los suyos de traidor, pagó con su vida su pragmatismo.

El caso es que Irlanda se convirtió con los años en lo que es hoy, una república independiente que entró de la mano del Reino Unido en la Unión Europea en 1973. El Ulster, por el contrario, siguió bajo tutela de los británicos y de la mayoría de los protestantes, marginando a los católicos republicanos que allí vivían que, aunque numerosos, eran minoría.

Durante décadas, la situación se mantuvo en una aparente calma. Aunque pronto llegó la tempestad. En los años 60, los católicos norirlandeses se empezaron a movilizar reivindicando la igualdad de derechos. La frustración por sentirse socialmente enajenados y discriminados desembocó en crecientes manifestaciones. Ese malestar provocó los primeros incidentes y con ellos, la radicalización de una parte del movimiento, que apostó por reactivar el IRA.

EL Gobierno de Su Majestad abolió la autonomía de los norirlandeses por la tensión acumulada y a partir de ahí, los acontecimientos se precipitaron. La escalada de violencia fue en aumento, hasta convertir ese pequeño territorio en el más violento de todo el Viejo Continente.

De hecho, las comunidades vivían enfrentadas hasta límites insospechados: apenas existían matrimonios mixtos y la vida de unos y otros estaba delimitada por los barrios según la mayoría de población que allí vivía. Esa tensión dio pie a la creación de los llamados eufemísticamente muros de paz (que separaban barrios de católicos y protestantes).

Para complicar las cosas, tras el IRA, otra pléyade de organizaciones de uno y otro bando hicieron insoportable la convivencia: bombas, ametrallamientos, extorsiones, palizas… los más extremistas dominaban el juego.

En 30 años de conflicto, los troubles (otro infausto eufemismo) provocaron más de 3.400 muertos. Mari Fitzduff, autora de Más allá de la violencia. Procesos de resolución de conflicto en Irlanda del Norte, reconoce que, en un área escasamente de 1.600 metros cuadrados del norte de Belfast, se produjeron más de 600 asesinatos desde que estallaron los enfrentamientos. Esa era la atomizada realidad de un enfrentamiento en el que nadie se encontraba a salvo.

La llegada al Gobierno de Tony Blair en Londres y Bertie Ahern en Dublín permitió sentar las bases de un proceso de paz en el que no faltarían altibajos y momentos de depresión colectiva. Finalmente, en la Pascua de 1998, en Stormont, sede del abolido autogobierno norirlandés, los partidos políticos protestantes y católicos, unionistas y republicanos, firmaron un acuerdo de paz avalado por EEUU, pues Bill Clinton envió al senador George Mitchell como mediador.

Aquel acuerdo fue internacional, ya que afectaba a dos países (Reino Unido y la República de Irlanda) y contaba con el aval de EEUU y después la propia UE, que abocó una lluvia de millones para relanzar económicamente el Ulster, durante muchos años estigmatizado por la violencia. En él se establecía que se renunciaba a la lucha armada. En ese sentido, el IRA había sido derrotado (tuvieron que entregar las armas), pero también se establecían otras cuestiones que ahora estrangulan al Gobierno de Londres con el Brexit entre manos. Por ejemplo, la frontera desaparecía completamente. Y ese es el meollo actual.

¿Qué hacer si el Reino Unido abandona la UE y no se consigue firmar un tratado comercial que dé continuidad a esa estrecha relación económica? Técnicamente, se tendría que levantar una nueva frontera y establecer controles aduaneros entre el Ulster y la República irlandesa. Pero eso sería incendiar la región. Ya ha habido alguna que otra muestra de que muchos no aceptarían esa barrera. Grupúsculos alejados y desencantados con la rendición del IRA, como el IRA auténtico (Real IRA o RIRA) o el IRA continuidad (CIRA o Continuity IRA) podrían desempolvar viejas prácticas del pasado.

Y en ese callejón estamos. Para evitar esa indeseada frontera, se estableció el backstop irlandés. Pero los duros brexiters dicen, y no les falta en eso razón, que salir de la UE para estar luego ligados a Bruselas sin voz ni voto, no deja de ser un sinsentido. El caso es que el Gobierno de Theresa May, además, debe su precaria estabilidad a un puñado de parlamentarios unionistas norirlandeses que no aceptan esa cláusula de salvaguardia.

Lo que ahora la premier británica y su hombre de confianza, Geoffrey Cox, negocian en Bruselas es que esa cláusula no acabe siendo a perpetuidad o que, en su defecto, dé paso a una relación en la que una interpretación más flexible sortee el backstop. Bruselas, en su momento, señaló que una solución sería controlar mercancías en puertos de entrada en el Ulster (como ya se hizo, por cierto, durante la crisis alimentaria de las vacas locas), pero Londres sistemáticamente se ha negado, pues eso pondría en un brete la soberanía nacional. Significaría, entre otras cosas, hacer controles aduaneros en envíos internos, de Gran Bretaña a Irlanda del Norte.

Así pues, sigue la incógnita y muchos piensan que la situación actual se parece mucho a buscar la cuadratura del círculo. ¿Conseguirán aunar intereses tan contrapuestos? La ductilidad de los textos negociados no parece, a ojos británicos, ser tan grande. Otra cosa son las promesas sobre la flexibilidad en la interpretación de estos textos en el futuro desde Bruselas y que May intenta denodadamente conseguir estos días en sus maratonianas y, hasta la fecha, inoperantes negociaciones.

 

Para saber más:

  • Mala pinta es una mordaz novela de Spike Milligan en la que el autor narra con humor y algo de ironía y sarcasmo cómo se trazaron las fronteras en los años 20 entre el Ulster y la que iba a ser la República de Irlanda. Un paralelismo histórico ineludible en tiempos de zozobra como los actuales.
  • Sunday, bloody Sunday es una de las canciones más famosas del grupo irlandés más internacional, U2. Rememora el domingo sangriento de 1972 en el que 14 manifestantes cayeron abatidos por los disparos del ejército británico. Años después, Paul Greengrass filmó una película con el mismo título en la que narra de manera muy realista y cruda aquellos lamentables hechos.
  • Más allá de la citada cinta de Greengrass, el cine ha descrito con sumo realismo la conflictiva historia reciente irlandesa. Aquí, una pequeña selección: La hija de Ryan, de David Lean; Michael Collins, de Neil Jordan; El viento que agita la cebada y Agenda oculta, de Ken Loach; En el nombre del padre y The boxer, de Jim Sheridan y 71’ de Yann Demange.

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