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Brexit, ¿y ahora qué?

El proceso entra en un terreno sumamente pantanoso al no contar Londres con otro plan

Foto: Geralt

Lo acontecido anoche en Westminster es histórico. Nunca antes, un Gobierno británico había sufrido una derrota de esa magnitud. La negativa del parlamento de Westminster a ratificar el acuerdo negociado por Theresa May con Bruselas obliga a buscar otras alternativas, algunas no muy realistas.

De entrada, si nada cambiase, estaríamos abocados al denominado Brexit duro: es decir, a un no acuerdo, con el caos, la incertidumbre y las consecuencias demoledoras que tendría para ambas partes, especialmente al otro lado del Canal. Sería tal la catástrofe política y económica que nadie cree que hoy por hoy sea una opción aceptable.

El problema es que, tras el tremebundo varapalo del Legislativo británico al gobierno de Su Majestad, las otras opciones tampoco son fáciles de implementar. Anoche, la estrategia de May saltó por los aires. Su intención era, a sabiendas de que el parlamento no aprobaría su plan, jugar con los tiempos: que la fecha del 29 de marzo se oteara en el horizonte y que la opción de no acuerdo hiciera reflexionar a los más dubitativos para, así, sumar votos hasta conseguir una exigua mayoría. La derrota es de tal magnitud que, aunque no quiera, ha de ir pensando en un plan b. Un plan, dicho sea de paso, que no tiene.

Hoy, miércoles 16 de enero, Westminster debatirá con urgencia una moción de censura (de no confianza en la jerga parlamentaria británica) presentada por el líder laborista Jeremy Corbyn. Dicha moción no saldrá adelante, pues los aliados conservadores de May, aun no queriéndola, la prefieren frente a un líder laborista del que no se sabe si sube o baja en relación al Brexit y cuyo programa económico habla de nacionalizaciones y de notables subidas de impuestos.

Así las cosas, la siguiente fecha en el calendario es el lunes que viene, 21 de febrero. Ese día, el gobierno de Theresa May ha de presentar una alternativa al parlamento sobre cómo lidiar con el Brexit. A un mes y medio, y sin tiempo de haber renegociado nada con Bruselas, lo que pueda presentar ese día no ofrece muchas esperanzas de revertir una votación como la de anoche.

Así pues, quedan tres opciones más. La primera, que sea el Parlamento el que dirija las negociaciones con Bruselas. Sería humillante para la primera ministra (PM), y tampoco garantizaría el éxito, pues la UE, que ha negociado como un bloque, también tiene sus líneas rojas como luego veremos. Además, la fragmentación de Westminster es total. Entre los votantes del no al acuerdo de anoche hay extraños compañeros de cama: desde partidarios a seguir en la UE a los más acérrimos euroescépticos a los que dicho acuerdo les parecía humillante.

La segunda opción abierta pasa por la dimisión del la PM y la convocatoria de nuevas elecciones. Un nuevo Gobierno, en función del resultado, tendría la legitimidad que ya no tiene el actual para replantear cualquier opción. Entre ellas, el dar marcha atrás y revocar el artículo 50 de los Tratados de la Unión por el que el Reino Unido solicitaba abandonar el club comunitario.

La tercera y última opción es la que Theresa May se ha negado a abrazar hasta la fecha: la celebración de un segundo referéndum. Considera la premier británica que eso “traicionaría” el resultado del anterior referéndum y que la democracia se resentiría, así como la confianza en ella misma de los más de 17 millones de ciudadanos que votaron por el leave.

Sea como fuere, todo apunta a que, si nada cambia, los 27 decidan, antes o después, una medida que baje la presión al no acuerdo: ampliar el plazo de salida y ganar tiempo al tiempo.

Desde Bruselas tampoco hay soluciones mágicas: han de defender una postura común y consensuada por los 27. No existe, a día de hoy, una idea de cómo lidiar con esta situación: no es previsible que cedan en los aspectos clave. A saber, que la libre circulación de mercancías va asociada a la de personas y que en la isla de Irlanda, si no se quiere poner en peligro el acuerdo de paz del Ulster, no puede haber una frontera entre la República e Irlanda del Norte. Este último aspecto es el que, a buen seguro, centrará las futuras e inminentes negociaciones que se abrirán, si no lo han hecho ya, entre Londres y Bruselas.

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