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Singapur ha sido mi hogar durante 5 meses

Foto: Cegok

Llegué a ese lugar húmedo, verde y gris, en el que conducen por la izquierda llena de miedos e inseguridades ante la aventura que empezaba. Singapur se llama y desde ese momento sentí que yo lo llamaría hogar. Lo llamaría hogar durante casi 5 meses.

Mi aventura empezó el día en que escogí Singapur como destino de intercambio. Sabía lo que todo el mundo cuenta: “ir de intercambio es lo más maravilloso que me ha pasado en la vida”. Yo era de esas que creía que exageraban, pero me equivocaba. Llegué a Singapur y mi vida cambió. Singapur es la ciudad más increíble que puedes encontrarte. Está llena de rascacielos que te ayudan a no perderte, llena de culturas y de etnias que los singapurenses miran desde el respeto y llena de experiencias por vivir.

En pocas semanas conocí a los que llamaría familia, conocí el lugar donde pasaría la mayoría de mi tiempo y en el que crecería a nivel profesional, conocí la ciudad y pasé muchos ratos divertidos en los que nada importaba.

Es difícil resumir las vivencias en Singapur en cuatro simples frases. Pero si lo miro en retrospectiva, puedo dividir mi estancia en 2: la vida universitaria y la vida del mochilero.

Singapore Management University me puso a prueba con sus asignaturas y sus entregas. El funcionamiento era muy distinto al nuestro. La mayor parte del tiempo, los alumnos no lo pasan en clase, sino estudiando y trabajando con sus equipos en los proyectos encomendados. Sin embargo, tienen muchos derechos en clase, desde comer si tienen hambre como salir de clase, sin molestar al profesor, para atender una llamada. Los alumnos están realmente entregados a sus asignaturas. Pasan horas y horas en la biblioteca o en las salas de reuniones trabajando con sus compañeros. En Singapur estudiar no es una tontería. Te preparan para el mundo laboral real, porque hasta en las presentaciones deben usar ropa elegante como si fuese una reunión de trabajo.

Als camps d’arròs de la ciutat d’Ubud, a Bali, Indonèsia / Foto: Marta Garro

Trabajar con los singapurenses a veces se hace cuesta arriba. Son bastante tímidos, competitivos y lentos; aun así he conocido singapurenses que me aportaron mucho y se preocuparon en todo momento por mí. Por otro lado, en Singapur todo trabajo tiene su recompensa. Aprendí que estudiar es un derecho, pero lo tienes que aprovechar.

Por otro lado, aprovechando que estaba en Singapur, he viajado a países en los que aprendes a valorar lo que tienes. Viví con una familia vietnamita que no tenía ni calefacción ni baño dentro de casa. Viví en un hostel en frente de la playa del Nido en Filipinas sin datos ni cobertura. Viví entre monos, cucarachas, perros, mosquitos, vacas, cerditos y gallinas en Indonesia. Pero me quedo con los momentos más especiales, como ver amaneceres en la cima de un volcán activo en Bali, nadar con tiburones en Filipinas, visitar templos magníficos en Ubud o subir 1200 escalones para ver un Buda de oro en Tailandia.

Cuando supe que me iba a Singapur, sabía desde un principio que mi intercambio sería distinto. En Singapur se aprende a ser independiente, a regresar a casa cuando te dé la gana sin preocuparte por si eso te trae algún problema, a viajar con mochila y poca ropa, a pasar calor y frío en segundos, a trabajar con personas que piensan distinto y a conocer Asia y todas sus culturas.

Singapur está a 10.876,46 km de distancia de Barcelona. Pero nunca me había sentido tan segura como en Singapur. Es una ciudad modelo de la que tenemos mucho que aprender. Siempre será esa ciudad a la que llamé hogar durante 5 meses.

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