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Adolf Hitler, maestro privatizador

Hitler
Fragmento del fotomontaje de John Heartfield titulado "El significado del saludo de Hitler". / Foto: San Francisco Museum of Modern Art

En el 75 aniversario del suicidio de Adolf Hitler, recordamos el contexto que llevó al país germano hacia la dictadura nazi, por qué tuvo éxito y cuáles fueron los grandes aliados de este régimen.

Adolf Hitler (1889-1945) murió en su búnker subterráneo de Berlín hace 75 años, poniendo punto y final a su infausto proyecto. Los horrores del Holocausto son archiconocidos y están enormemente documentados en cientos de museos y memoriales. De esta manera, hoy hablaremos de dos factores igualmente importantes para entender el nazismo: cuál fue el contexto histórico que explica su éxito y quiénes fueron los grandes aliados del régimen para llegar al poder y mantenerse en él.

El Imperio alemán se unifica en 1871 creándose un ente político enorme en el centro de Europa. Siguiendo los postulados nacionalistas del siglo XIX, este imperio mantuvo una política exterior que pretendía crear una potencia de ultramar similar a la que representaban el Imperio británico, Francia o Rusia. Las tensiones generadas llevaron a la Primera Guerra Mundial, resuelta con una derrota absoluta para los alemanes. Con el Tratado de Versalles, se selló el final de la guerra, del imperio y los “castigos” que recibiría Alemania.

El régimen político derivado de la Primera Guerra Mundial fue la República de Weimar, que ya en los primeros meses demostró que la estabilidad iba a brillar por su ausencia. El miedo por una revolución comunista exitosa (como la soviética) llevó a los socialdemócratas a asesinar a los líderes revolucionarios Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht.

Los gobiernos de la República tardaron mucho en empezar a revertir la terrible crisis en la que se encontraba Alemania después de la guerra. Solo a partir de 1925 se empezaron a notar mejoras significativas que llegaron a afectar, para bien, el nivel de vida de los alemanes. Habían llegado los Felices años 20 a Alemania, pero fueron brevísimos y el Crack del 29 echó todos esos progresos por tierra.

Esta situación social y económica, así como la histórica, fue el arma más poderosa del partido nazi en su primera década (los años 20). El NSDAP, inspirado por el fascismo italiano, articuló en esta década su discurso político: militarismo, nacionalismo, anticomunismo, la violencia como método político, fuerzas paramilitares y el racismo.

Como en el caso italiano, Hitler intentó formar un movimiento que rompiera (de palabra) el sistema de clases, donde solo estuviera el pueblo, volk. De la misma manera que había hecho el fascismo, buscaban el apoyo obrero a través del descontento con la situación y prometiendo mejoras en su calidad de vida mientras decidían su futuro con los grandes empresarios.

El apoyo al partido nazi por parte del capital se explica -en un principio- por la existencia en Alemania de lo que se llama capitalismo de cárteles. Las empresas de un sector consensuaban un programa político beneficioso para sus intereses y apoyaban al partido político que pudiera hacer realidad este programa.

Hitler vinyeta

Viñeta que juega con el nombre del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. Delante del proletariado Hitler subraya las palabras «Socialista» y «Partido de los Trabajadores» mientras que delante de los empresarios pone énfasis en las palabras «Nacional», «Alemán» y «Partido». / Foto: Wikimedia Commons (Das Firmenschild, Jacobus Belsen, 1931)

El partido Nazi fue ganando apoyos y en 1932 era la primera fuerza del Reichstag, pero Hitler no logró ganar las elecciones presidenciales. Aún así, Hitler logró ser nombrado Canciller del Reich y, a partir de ese momento, empezó a acumular poderes para él y su partido. El incendio del Reichstag, que atribuyeron rápidamente a los comunistas sin prueba alguna, sirvió como base legal para la implantación de la dictadura nazi en Alemania suspendiendo de manera inmediata los derechos civiles de la sociedad y situando a la oposición política fuera de la ley. Es el mismo 1933 cuando se abrieron los primeros campos de concentración para disidentes políticos y judíos, principalmente.

Una vez en el poder, Hitler nombró a Hjalmar Schacht como su ministro de economía. Schacht aplicó en un primer momento el llamado Programa Reinhardt, una imitación del exitoso New Deal de Roosevelt, y la suspensión de pagos de las reparaciones de guerra. Este plan de tipo keynesiano se sostuvo a partir de la creación de una empresa privada fantasma que encubrió el endeudamiento que estaba asumiendo el estado. Esta manera opaca de financiamiento sirvió al régimen nazi para aumentar la inversión en armamento (hasta un 2.300%) así como para asignar las diferentes inversiones a empresas privadas afines al régimen. Este fue el primer modelo económico que adoptó el Reich, interviniendo empresas en quiebra y aumentando el gasto como estaban haciendo todas las democracias burguesas avanzadas.

Es a partir de 1935 cuando Schacht y Hitler presentan al mundo el modelo económico del nazismo, la privatización masiva. En pocos meses los sectores principales de la economía alemana eran privatizados de golpe: banca, ferroviarios, astilleros, minería, siderurgia y navieras. El régimen devolvía los favores a aquellos que los habían puesto en el poder. Dentro del nazismo siempre se respetaron los preceptos morales del capitalismo, como la libertad económica del individuo, la iniciativa, etc., los únicos ciudadanos que veían coartados estos derechos eran, por razones de raza, los judíos que quedaron excluidos del desarrollo del capital alemán en 1938.

A raíz de constantes desregularizaciones y ayudas al capital, lo que se derivó fue que los grandes conglomerados empresariales que formaban parte de los llamados cárteles llegaron a tener un poder similar al que tienen las multinacionales en el neoliberalismo. Por raro que parezca, es una de las intervenciones del Estado en el mercado la que mejor explica la libertad económica de los capitalistas dentro del nazismo: a partir de 1943, se declaró la economía de guerra y muchos inversores empezaron a vender sus acciones de empresas armamentísticas por miedo a que el final de la guerra los arruinara y fue el estado alemán quien tuvo que intervenir este sector para seguir produciendo sus armas.

Durante los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, la industria y la economía alemana vivieron una época de esplendor. La rápida expansión nazi durante los primeros meses permitieron a los industriales hacerse con los medios de producción y las materias primeras de los territorios ocupados. Esta situación fue aprovechada por empresas de todo tipo de sectores que decidieron volcar su producción al abastecimiento del ejército nazi, asegurándose así el apoyo y la venta de su producción. Un ejemplo notable son las empresas automovilísticas como BMW, Ford y GM (Opel en Alemania) que abrieron en diferentes regiones del país germano durante la guerra. Estas empresas fueron favorecidas, además, con una masiva fuerza de trabajo esclavo que “alquilaban” al Reich de unos 7 millones de personas.

El avance de la guerra no fue el esperado por Hitler y sus acólitos. Después de la batalla de Stalingrado, el ejército Rojo soviético empezó a recuperar los terrenos que la Alemania nazi había ocupado. El avance “rojo” por el Este se vió acompañado por el de los Aliados en el Oeste europeo para, a principios de 1945, rodear definitivamente Berlín. La derrota de los alemanes era inminente cuando Hitler se suicidó, el 30 de abril de 1945.

El suicidio de Adolf Hitler y la posterior rendición incondicional del Tercer Reich sirvió para convertir al genocida de origen austríaco y su círculo más cercano en los perfectos villanos de película. Esta imagen, cuidadosamente creada durante los últimos meses de la guerra y los años de posguerra, fue utilizada para purgar de toda culpa a sus aliados. Así, sobre la Alemania Federal se aplicó una ley del olvido que libró de sus culpas a una gran parte de aquellos que habían apoyado directa o indirectamente al régimen nazi. Muchas de estas empresas no reconocieron su culpa hasta finales del siglo XX cuando se fundó un pequeño fondo de ayuda para los supervivientes.

 

Para saber más:

  • Nazismo. La otra cara del Capitalismo, Patricia Agosto. En este libro la historiadora argentina Patricia Agosto, hace un análisis detallado de las conexiones entre el nazismo y el capitalismo que ayuda a entender cómo se desarrollaron el régimen dictatorial de Hitler y el capitalismo occidental en Alemania.

  • La Lista de Schindler, Steven Spielberg. Una película para ver cómo el capitalismo se aprovechó de los privilegios que le ofreció el régimen. Más allá de la generosidad del empresario al final de la guerra, se observa que antes había abierto una fábrica junto a un campo de concentración y usaba mano de obra esclava.
  • Para acabar con un poco de esperanza en la humanidad, recomendamos Jojo Rabbit de Taika Waititi. El director nos muestra el nazismo desde los ojos de un niño absorbido por su propaganda. La trama, cómica a la vez que dramática, nos acaba recordando cómo el amor es mucho más fuerte que el odio.

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