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Europa, un proyecto en construcción

Cada 9 de mayo se celebra la Declaración Schuman (recibe este nombre en honor al entonces Ministro de Asuntos Exteriores de Francia), documento con el que se sentaron las bases del proyecto de integración europea.

El 9 de mayo de 1950, Robert Schuman pronunció un discurso en el que proponía la creación de una Alta Autoridad supranacional de nuevo cuño, competente para controlar la producción de carbón y de acero de los Estados firmantes y facilitar, por lo menos parcialmente, las condiciones para una paz duradera en Europa. Aquella Declaración, que a la postre acabó tomando el nombre del estadista francés, ha sido considerada el punto de partida del proyecto de integración europeo tal y como lo conocemos hoy. Parece coherente, pues, que cada 9 de mayo se festeje, en las cuatro esquinas del continente, el Día de Europa.

Como todo aniversario, esa fecha ofrece siempre una oportunidad para la reflexión sobre el propio proceso de integración europeo, así como sobre sus condicionantes. Suele omitirse, no obstante, el debate sobre la importancia de la celebración de las efemérides, y de las narrativas construidas en base a ellas.

Los procesos institucionales, necesariamente históricos, no suelen comprenderse bien si uno se empeña en acumular y yuxtaponer fechas, tratándolas como mojones de una carretera. Cada uno en su lugar y conteniendo cada uno de ellos una información precisa.

En este sentido, la conmemoración de una fecha corre el riesgo de introducir un sesgo teleológico que convendría evitar. Aunque probablemente necesaria a otros efectos, la celebración de una efeméride puede conllevar una narración histórica que se agote en sí misma, y que no busque más que acumular momentos estelares. En el caso que nos atañe, tras ese 9 de mayo de 1950, el siguiente hito a recabar sería, precisamente, el 18 de abril de 1951. Aquel día, los Jefes de Estado y Gobierno de los seis Estados fundadores dieron el definitivo impulso a la Declaración Schuman y firmaron el Tratado constitutivo de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero.

Y es precisamente en el establecimiento de esa secuencia de eventos donde, de soslayo, se está introduciendo el sesgo. Todo se da para mostrar ambas fechas como vinculadas de forma necesaria. Tras un mojón, seguiría naturalmente otro. Y ello no es ni analítica ni ideológicamente inerte.

Sin menoscabar la importancia de esas fechas concretas, la construcción de una narrativa histórica centrada solo en ellas, puede pasar por alto un aspecto crucial del proceso de integración europeo, como lo es su innegable apertura. Apertura en cuanto a quién ha podido incorporarse a él, y apertura también en cuanto a las competencias que ha podido asumir. “Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto” afirmó el propio Robert Schuman en su Declaración.

En este sentido, y aunque resulta casi de perogrullo, conviene enfatizar que el 9 de mayo de 1950, en el momento en que Robert Schuman hacía su solemne declaración, era prácticamente imposible imaginar el 9 de mayo de 2018. Por un lado, algunos de los Estados que hoy son miembros de pleno derecho de la Unión Europea ni tan siquiera existían. Por el otro, instituciones como el Parlamento Europeo, cruciales en la actualidad para entender el siempre inestable equilibrio de fuerzas en el proyecto de integración europeo, no habían sido ni imaginados.

Negar la apertura del proyecto de integración europeo no puede solo inducir a sesgos analíticos, sino también, y casi más determinantes, a sesgos ideológicos, en el sentido de negar la condición política del proyecto. Su apertura remite, en última instancia, a la capacidad del proceso de integración para (re)definir en cada momento histórico cuáles son sus prioridades y sus objetivos, en función de las condiciones cambiantes del entorno, y de acuerdo con la percepción y voluntad de aquellos que lo componemos. Y esos extremos son, innegablemente, políticos.

Paradójicamente, si se quiere, algunos de los desafíos más importantes a los que tiene que hacer frente a día de hoy el proyecto de integración europeo tienen que ver con esta condición de apertura del proyecto, y con ese reconocimiento de que, en última instancia, se trata de un proyecto político. La decisión de los ciudadanos británicos de abandonar la Unión Europea y sentar unas nuevas bases para la relación entre el Reino Unido y el resto de países comunitarios, el tan comentando Brexit, no es sino un ejemplo. Y lo mismo puede decirse de la resignificación del propio proyecto exigida por los llamados discursos anti-europeístas.

Guste o no, ambos desafíos comparten el acierto en señalar, por vías distintas, que el proyecto de integración europeo es abierto y que es, en su esencia, político. Los mojones, en forma de fecha concreta y futura efeméride a conmemorar, no vienen dados por mojones anteriores. Al contrario. Se discuten, se negocian y se defienden.

Festejemos y tomemos conciencia hoy, pues, de lo acontecido el 9 de mayo de 1950. Pero hagámoslo sin dar por descontado el 9 de mayo de 2086. Lo importante no son las fechas, sino lo que hacemos que ocurra entre ellas.

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