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Un Brexit envenenado

Foto: Jeff Djevdet

La semana en la que el Gobierno de Theresa May ha presentado el proyecto de presupuestos, ha llegado a nuestras manos un paper que plantea algunas cuestiones que empiezan a hacer mella en muchos británicos.

El pueblo habló, Europa se tambaleó, pero lo que ahora se resquebraja son los cimientos macroeconómicos del Reino Unido. El último informe sobre el Brexit, que lleva por título The Brexit Vote, Inflation and UK Living Standards, está realizado por los profesores Holger Breinlich, Elsa Leromain, Dennis Novy y Thomas Sampson y está financiado por el Economic and Social Research Council (ESRC). El documento es lapidario y no es precisamente muy optimista sobre el presente y el futuro más inmediato de la economía británica.

Las conclusiones son apabullantes. Para empezar, la depreciación de la libra esterlina tras el inesperado resultado ha provocado un aumento de los precios que ha perjudicado el poder de compra. El proceso ha ido en cascada: han aumentado los precios tanto de los productos importados como de los componentes. Resultado: buena parte de lo que se importa, se paga más caro.

Si a eso le añadimos, como señalan los autores, que “no encontramos evidencia de que el voto Brexit haya afectado el crecimiento del salario nominal”, eso significa que “el aumento en la inflación también ha llevado a un menor crecimiento de los salarios reales”. O dicho alto y claro, “una mayor inflación debido al referéndum, le ha costado al trabajador promedio cerca del salario de una semana”.

¿Y eso es mucho o es poco? Pues, es bastante. Los autores certifican que “el aumento de 1,7 puntos porcentuales en la inflación implica que, en junio de 2017, el voto del Brexit estaba costando a un hogar medio 7,74 libras por semana a través de precios más altos”. Eso equivale a 404 libras por año, que no es poco.

Esta pérdida de poder adquisitivo afecta a todos los segmentos sociales por igual. Las clases populares gastan más en alimentación (muy afectada por la importación de comida) y en alquileres y/o hipotecas (que no se han visto hasta el momento afectadas), mientras que las clases más pudientes suelen gastar más en algunos productos con fuerte impacto en la importación, como los combustibles, pero también gastan servicios producidos en el país, como hoteles y comidas en restaurantes. Resultado: el impacto es transversal.

No lo es, en cambio, el reparto territorial. La parte del país más contraria a la salida del Reino Unido de la UE es a la que menos le ha afectado: Londres. ¿Cómo es posible? Los autores lo justifican así: “los londinenses gastan relativamente más en renta que el hogar promedio y el alquiler tiene una participación de importación muy baja”. Por contra, en el norte de Inglaterra los parámetros cambian y se han visto afectados más negativamente. Igual que ocurre en Escocia, Gales e Irlanda del Norte.

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